CUENTO: EL HOMBRE QUE TENÍA MALA SUERTE
Anónimo
Muchas veces nuestros pensamientos negativos no nos dejan ver que nuestra vida está llena de oportunidades que una y otra vez vamos desaprovechando. Intentemos ver un poco más allá de aquello que nos resulta más evidente y seguro que podemos lograr que cambien a mejor algunas cosas a nuestro alrededor.
Érase una vez un hombre que siempre tenía mala suerte. Los años iban pasando y aunque se esforzaba mucho, todo era en vano, seguía teniendo mala suerte. Después de darle muchas vueltas, llegó a la conclusión de que necesitaba ayuda. ¿Y…, quién era más indicado para prestársela que Dios?
Así que el hombre decidió ir a ver a Dios para pedirle que le cambiara su mala suerte. A la mañana siguiente se puso en marcha. Caminó durante mucho tiempo, hasta que al cabo de algunos días llegó a la selva y abriéndose paso entre la maleza, escuchó de repente una voz estridente:
- “¡Oooooooh….oooooooohh!”
Asombrado buscó el origen de esa voz pensando que a lo mejor alguien podía estar necesitando su ayuda. Encontró un lobo raquítico, se le podían contar las costillas y el pelo se le caía a mechones.
- ¿Qué te pasa lobo?, le preguntó.
- Estoy mal, de un tiempo a esta parte todo me va mal. No tienes más que observar mi aspecto…, contestó el lobo.
- No hace falta que me cuentes nada más, yo también tengo mala suerte. Por eso voy a ver a Dios, a pedirle que me cambie la suerte.
- Por favor, pídele también un consejo para mí, le rogó el lobo.
El Hombre le dijo al lobo que así lo haría y siguió su camino hasta llegar a un árbol en cuya sombra pensó en descansar.
Se recostó y en cuanto cerró los ojos oyó una voz:
- ¡Oooooooohh! ¡Ooooooooohh!
Aunque el hombre abrió los ojos pero no pudo ver a nadie a su alrededor. Al cabo de un rato volvió a escuchar el quejido y así sucedió una y otra vez, hasta que por fin se le ocurrió preguntar al árbol si era él.
- Sí, yo soy. Contestó el árbol. Últimamente todo me va mal, mira mis ramas torcidas y mis hojas marchitas.
- ¡No sigas! Ya sé de qué me estás hablando. Yo también tengo mala suerte, por eso voy a pedirle a Dios que me la cambie.
- Por favor, pídele también un consejo para mí. Le pidió el árbol.
Y prometiéndole al árbol que así lo haría siguió su camino durante días hasta llegar a un precioso valle, en donde descubrió una casa muy acogedora. Al acercarse vio que delante de la casa estaba una mujer muy hermosa que parecía esperarle.
- Ven, viajero, ven a descansar. Le insistió la mujer.
Con el cansancio acumulado de tantos días de viaje, el hombre aceptó de buen grado. Pasaron una velada muy especial, disfrutó de una buena comida y de una agradable charla en la que la mujer le contó lo triste y sola que se sentía. Cuando el la contó el motivo de su viaje, ésta también le pidió que un consejo para ella.
A la mañana siguiente el hombre emprendió de nuevo su viaje, caminó días hasta que llegó al Fin del Mundo. Se asomó, miró hacia abajo, a la derecha, a la izquierda y hacia arriba, pero no pudo ver nada que no fueran estrellas. De repente se formó una nube enfrente de él que fue tomando la forma de la cara de un hombre.
- ¿Eres Dios?, preguntó tímidamente.
- Sí, yo soy, le contestó una voz procedente de la nube.
- Las cosas me van mal y he venido para pedirte que cambies mi suerte, siguió el hombre.
De acuerdo, te daré la clave que te cambiará la suerte, tienes que estar muy atento y buscar tu buena suerte.
El hombre entusiasmado por haber recibido la clave de su suerte emprendió rápidamente el camino de vuelta a casa, quería llegar cuanto antes y comprobar que su suerte había cambiado. Al pasar por delante de la casa del valle, la mujer le preguntó cual era el consejo para ella, a lo que él contestó:
- Me dijo que lo que te faltaba era un hombre, un compañero que compartiera la vida contigo aquí en este valle.
La mujer se emocionó pensando que ahí mismo tenia a su hombre, pero este salió corriendo y gritando: he visto a Dios y me ha prometido que me va a cambiar la suerte, sólo me pidió que estuviera atento, ahora tengo que irme, he de buscarla.
Siguió corriendo hasta llegar a donde estaba el árbol quien también le preguntó por su consejo y así le explicó que debajo de tus raíces había un enorme tesoro que le impedía crecer.
El árbol le pidió que sacase el tesoro de sus raíces y que por supuesto se lo podría llevar. Pero el hombre disculpándose empezó a correr, tenía prisa por llegar a casa y ver si habría cambiado su suerte realmente.
Finalmente se encontró de nuevo con el lobo y le explicó todo lo que había pasado hasta entonces. Cuando acabó su relato e l lobo le preguntó:
- ¿Y para mí…., para mí no te dio un consejo?
-¡Ah, si!, me dijo que para ponerte de nuevo fuerte sólo tenías que hacer una cosa, comerte a la criatura más estúpida de la tierra, entonces te irá todo bien.
Así el lobo hizo un gran esfuerzo por levantarse, se abalanzó sobre el hombre y lo devoró.
Montse García
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