TODO CAMBIA CON UN PASO ¿QUÉ ME IMPIDE DARLO?



Me la imagino dando vueltas en su cabeza a esa preocupación, sin saber cómo actuar. Teniendo que hacer un esfuerzo extra para cumplir con sus tareas. Sabiendo que algo no está funcionando en su vida, en su relación, en su trabajo.

Sintiendo que algo le pasa a uno de sus hijos, o que su ánimo no acaba de estar bien “del todo”, o pensando si esa sensación continua de opresión en el pecho será normal. O en porqué no es capaz de conservar una relación de pareja, disfrutar de la sexualidad como hacen los demás, progresar en su vida, ser feliz… 

Lo cierto es que nos acostumbramos a todo.

Una vez vi a unos padres que acudían a consultarme por su hijo de 19 años. Estaban preocupados porque no salía de casa. ¿Cuánto tiempo lleva así?, les pregunté. Dos años doctor. ¡Dos años!

Aquel chico llevaba sin salir de su casa, y prácticamente de su cuarto, más de dos años. Y no había pedido ayuda hasta que la situación se había hecho insostenible.

El chico se había ido encerrando poco a poco y ellos se adaptaron haciendo lo mejor que sabían: siendo comprensivos, pensando en que todo pasaría antes o después… Hasta que el padre en mitad de la consulta dijo: “¡pero si esto es una locura, cómo no vinimos antes!”.

No les juzgo. No puedo hacerlo, pero siento la frustración de no haber podido hacer algo antes.

Este chico tenía una enfermedad importante y es un ejemplo extremo, claro. Pero ilustra lo que nos sucede en muchas ocasiones con cosas no tan limitantes. Cosas que no detienen nuestra vida pero que nos hacen padecer, como las que mencionaba antes. Y que muchas de ellas tienen remedios más sencillos de lo que pensamos.

Y entonces, si no tenemos nada que perder y sí tanto que ganar, ¿por qué no preguntamos? Mira estas razones:

  • Porque no sé lo que me pasa. No me doy cuenta de que algo está yendo mal conmigo o creo que es algo normal. Y no hago caso hasta que se hace lo suficientemente importante. O hasta que leo un post que refleja eso mismo y lo identifico como un problema que tiene solución y tomo conciencia: “Pero si esto es lo que me pasa a mí…”.
  • Porque quizá sí lo sé, pero prefiero ignorarlo, apartarlo de mi cabeza, porque reconocerlo me hace sufrir, o me da miedo. Por ejemplo en el caso de un problema con un hijo o en tu relación de pareja: ¿si reconozco que estamos en crisis, qué pasará después…?
  • Porque pensamos que no se puede hacer nada con eso que nos sucede, o que es parte de la vida, y otras creencias limitantes similares: “no hay mal que cien años dure”, “cada uno tiene que solucionar sus propios problemas”, “nadie puede hacer nada por mí”…
  • Porque no sabemos a quién acudir, no tenemos un acceso fácil.
  • Porque tenemos miedo o vergüenza a pedir ayuda o contar eso que nos pasa, por temor a ser juzgados o señalados. 

Todo esto hace que no demos ese primer paso, y pidamos ayuda o una orientación.

Iñaki Vázquez













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